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16 de mayo de 2011

El viaje alucinante de Burns





Os lo creáis o no, actualmente también hay novedades en las librerías que captan nuestro interés. 
No está mal, de vez en cuando, darse un paseo por el presente y así poder encontrarnos con eventos editoriales tan jugosos como el del regreso de Charles Burns y su nuevo trabajo: Tóxico.



Charles Burns siempre ha tenido un estilo bastante peculiar y característico, de perpetuo (hasta hoy) blanco y negro y las temáticas que ha escogido a lo largo de los años en sus obras han oscilado entre el terror, la ciencia-ficción, el surrealismo... oscuras y enrevesadas, inclasificables. Autárquico, él mismo ha guionizado, dibujado y entintado sus trabajos.

Nacido en Seattle, Estados Unidos, Charles Burns tiene 49 años. Estuvo relacionado con las artes gráficas desde su adolescencia, colaborando en diversos fanzines como el del sello discográfico independiente Sub-Pop, junto a otro tipo de tipo de experimentos fotográficos. Su carrera en el mundo del cómic nació con la colaboración continuada en el Raw Magazine, dirigido por Art Spiegelman y bastión histórico del cómic alternativo en los años 80, donde también publicarían obras Alan Moore o Robert Crumb.
Allí Burns comenzó a desarrollar y pulir su estilo: dibujo clásico y accesible, monocromático, ingenuo y de fuertes contrastes lumínicos a la vez que maduraba temáticas bastante tenebrosas y extrañas.
No quedó todo en el Raw Magazine, también publicó material como El Borbah (1983) en la clásica Heavy Metal (no confundir con ninguna revista musical, por favor) fundada por el imprescindible Moebius, y en otras revistas extranjeras como El Víbora en España, Schwermetall en Alemania o Frigidaire en Italia.
Siguió trabajando como ilustrador de portadas de revistas como The New York Times o Esquire, de discos como el Brick by Brick de Iggy Pop, se introdujo en el mundo de la animación para adaptar su Dog Boy al formato de Liquid Television de la archoconocida MTV e incluso trabajó para Coca-Cola. 
Entre otros muchos proyectos.
Y en 1993 comenzó a trabajar hasta su finalización, en 2004, en la que es hasta el momento su obra más célebre y que le valió además un premio Harvey: Black Hole o Agujero Negro: la historia espeluznante de una enfermedad de transmisión sexual, una plaga, que únicamente infecta a adolescentes convirtiéndolos en monstruos
Pero no a todos por igual.
Charles Burns plasma a la perfección una atmósfera turbia, asfixiante, angustiosa, donde los titubeos y terrores adolescentes son protagonistas absolutos. Sexo, drogas, películas de serie B y esa amalgama entre realidad y delirio tan propias de David Lynch o Cronenberg, los vamos a encontrar de nuevo enTóxico.


viñeta de Black Hole


Esas obsesiones de Burns con ambientes opacos y perniciosos, enfermedades, conductas autodestructivas y laberintos emocionales, vuelven a aparecer pero más exacerbados. No porque aumente la cantidad de este tipo de recursos tan característicos, sino porque lo une a un nuevo lenguaje, a un nuevo ritmo en la lectura que hasta ahora no había utilizado.

Para empezar, Burns se ha pasado al color. Del blanco y negro a colores ácidos, planos, además por su propia mano. Y la gama cromática, mucho menos que restarle misterio, lo que hace es acrecentar la sordidez y paranoia, adaptándose como un traje de látex a la historia que nos presenta, una verdadera odisea barbitúrica.
Burns fractura constantemente la estructura temporal de la historia mediante flashbacks y alucinaciones, pero lejos de desdibujar la trama, obliga al lector a implicarse intelectual y emocionalmente con el protagonista, que comparte con el propio lector su estupor ante lo que se extiende frente a sus ojos.

Los planos de existencia, que es prematuro considerar cuál de ellos pertenece a la realidad o cuál al mundo ¿onírico?, se solapan y despliegan un abanico de personajes vomitados de la cultura pop y trash: alienígenas verdes acosadores, huevos-amanita muscaria, mutantes-yonkis que comen gusanos que lloran, embriones de pollo, fetos de cerdo y el Radio Ethiopia de Patti Smith... un viaje a un país de las maravillas infectado de vesania y dolor (con psicopompo felino y Virgilio posmoderno incluidos).
Precisamente este país de las maravillas, es uno de los homenajes que rinde Charles Burns a la Interzona que Williams Burroughs incluyó en su libro El almuerzo desnudo.
Y no sólo la inclusión de una Interzona en el cómic es su vasallaje particular a Burroughs, la propia no-estructura del cómic recuerda al movimiento beat.




Todo ésto, combinado con un dibujo de línea clara, preciso y de evidente admiración (reconocida además por el propio Burns) hacia Hergé y su Tintín, producen impresiones insólitas.  La misma portada de Tóxico es una especie de adaptación-homenaje perversa a la de Tintín y la Estrella Misteriosa. El propio protagonista tiene los rasgos de Tintín y como alter-ego utiliza el nombre de Nitnit. 


Formalmente Tóxico está organizado siguiendo la disposición del cómic francobelga, al estilo de Hergé o autores posteriores como Yves Chaland, lo que justifica de nuevo el uso del color en vez del blanco y negro. 
Charles Burns lo que hace es envenenar, corromper una estructura de cómic clásica a través de una historia de horror y locura aparentemente inconexa pero muy rica en simbología, para recrear una percepción de unas realidades decadentes y, a pesar de lo absurdo, de lo prodigioso, muy cercanas a nuestro propio mundo.




Consideramos que no es beneficioso desvelar más del argumento en sí, porque Charles Burns también lo que persigue es provocar emociones y sentimientos, aunque para los más curiosos La Nube dispone de todos los datos.
Tóxico no es un tomo autoconclusivo, resulta ser la primera parte de una trilogía de cuya segunda parte conocemos sólo el nombre: La Colmena. Este primer volumen deja con la miel en los labios, pero es indicador de que los fogones de Burns siguen cocinando delicias (psicotrópicas), lo que es siempre una excelente noticia.


Patti Smith - Smells like a teen spirit

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El viaje alucinante de Burns

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Os lo creáis o no, actualmente también hay novedades en las librerías que captan nuestro interés. 
No está mal, de vez en cuando, darse un paseo por el presente y así poder encontrarnos con eventos editoriales tan jugosos como el del regreso de Charles Burns y su nuevo trabajo: Tóxico.



Charles Burns siempre ha tenido un estilo bastante peculiar y característico, de perpetuo (hasta hoy) blanco y negro y las temáticas que ha escogido a lo largo de los años en sus obras han oscilado entre el terror, la ciencia-ficción, el surrealismo... oscuras y enrevesadas, inclasificables. Autárquico, él mismo ha guionizado, dibujado y entintado sus trabajos.

Nacido en Seattle, Estados Unidos, Charles Burns tiene 49 años. Estuvo relacionado con las artes gráficas desde su adolescencia, colaborando en diversos fanzines como el del sello discográfico independiente Sub-Pop, junto a otro tipo de tipo de experimentos fotográficos. Su carrera en el mundo del cómic nació con la colaboración continuada en el Raw Magazine, dirigido por Art Spiegelman y bastión histórico del cómic alternativo en los años 80, donde también publicarían obras Alan Moore o Robert Crumb.
Allí Burns comenzó a desarrollar y pulir su estilo: dibujo clásico y accesible, monocromático, ingenuo y de fuertes contrastes lumínicos a la vez que maduraba temáticas bastante tenebrosas y extrañas.
No quedó todo en el Raw Magazine, también publicó material como El Borbah (1983) en la clásica Heavy Metal (no confundir con ninguna revista musical, por favor) fundada por el imprescindible Moebius, y en otras revistas extranjeras como El Víbora en España, Schwermetall en Alemania o Frigidaire en Italia.
Siguió trabajando como ilustrador de portadas de revistas como The New York Times o Esquire, de discos como el Brick by Brick de Iggy Pop, se introdujo en el mundo de la animación para adaptar su Dog Boy al formato de Liquid Television de la archoconocida MTV e incluso trabajó para Coca-Cola. 
Entre otros muchos proyectos.
Y en 1993 comenzó a trabajar hasta su finalización, en 2004, en la que es hasta el momento su obra más célebre y que le valió además un premio Harvey: Black Hole o Agujero Negro: la historia espeluznante de una enfermedad de transmisión sexual, una plaga, que únicamente infecta a adolescentes convirtiéndolos en monstruos
Pero no a todos por igual.
Charles Burns plasma a la perfección una atmósfera turbia, asfixiante, angustiosa, donde los titubeos y terrores adolescentes son protagonistas absolutos. Sexo, drogas, películas de serie B y esa amalgama entre realidad y delirio tan propias de David Lynch o Cronenberg, los vamos a encontrar de nuevo enTóxico.


viñeta de Black Hole


Esas obsesiones de Burns con ambientes opacos y perniciosos, enfermedades, conductas autodestructivas y laberintos emocionales, vuelven a aparecer pero más exacerbados. No porque aumente la cantidad de este tipo de recursos tan característicos, sino porque lo une a un nuevo lenguaje, a un nuevo ritmo en la lectura que hasta ahora no había utilizado.

Para empezar, Burns se ha pasado al color. Del blanco y negro a colores ácidos, planos, además por su propia mano. Y la gama cromática, mucho menos que restarle misterio, lo que hace es acrecentar la sordidez y paranoia, adaptándose como un traje de látex a la historia que nos presenta, una verdadera odisea barbitúrica.
Burns fractura constantemente la estructura temporal de la historia mediante flashbacks y alucinaciones, pero lejos de desdibujar la trama, obliga al lector a implicarse intelectual y emocionalmente con el protagonista, que comparte con el propio lector su estupor ante lo que se extiende frente a sus ojos.

Los planos de existencia, que es prematuro considerar cuál de ellos pertenece a la realidad o cuál al mundo ¿onírico?, se solapan y despliegan un abanico de personajes vomitados de la cultura pop y trash: alienígenas verdes acosadores, huevos-amanita muscaria, mutantes-yonkis que comen gusanos que lloran, embriones de pollo, fetos de cerdo y el Radio Ethiopia de Patti Smith... un viaje a un país de las maravillas infectado de vesania y dolor (con psicopompo felino y Virgilio posmoderno incluidos).
Precisamente este país de las maravillas, es uno de los homenajes que rinde Charles Burns a la Interzona que Williams Burroughs incluyó en su libro El almuerzo desnudo.
Y no sólo la inclusión de una Interzona en el cómic es su vasallaje particular a Burroughs, la propia no-estructura del cómic recuerda al movimiento beat.




Todo ésto, combinado con un dibujo de línea clara, preciso y de evidente admiración (reconocida además por el propio Burns) hacia Hergé y su Tintín, producen impresiones insólitas.  La misma portada de Tóxico es una especie de adaptación-homenaje perversa a la de Tintín y la Estrella Misteriosa. El propio protagonista tiene los rasgos de Tintín y como alter-ego utiliza el nombre de Nitnit. 


Formalmente Tóxico está organizado siguiendo la disposición del cómic francobelga, al estilo de Hergé o autores posteriores como Yves Chaland, lo que justifica de nuevo el uso del color en vez del blanco y negro. 
Charles Burns lo que hace es envenenar, corromper una estructura de cómic clásica a través de una historia de horror y locura aparentemente inconexa pero muy rica en simbología, para recrear una percepción de unas realidades decadentes y, a pesar de lo absurdo, de lo prodigioso, muy cercanas a nuestro propio mundo.




Consideramos que no es beneficioso desvelar más del argumento en sí, porque Charles Burns también lo que persigue es provocar emociones y sentimientos, aunque para los más curiosos La Nube dispone de todos los datos.
Tóxico no es un tomo autoconclusivo, resulta ser la primera parte de una trilogía de cuya segunda parte conocemos sólo el nombre: La Colmena. Este primer volumen deja con la miel en los labios, pero es indicador de que los fogones de Burns siguen cocinando delicias (psicotrópicas), lo que es siempre una excelente noticia.


Patti Smith - Smells like a teen spirit

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