A 56.000.000 de kilómetros de
distancia, casi con la mitad del diámetro de nuestro hogar, la
Tierra, viajando a 24.000 m/s alrededor del sol, Marte es el planeta
que más preguntas ha suscitado entre la humanidad, con permiso de
nuestro amable satélite la Luna.
Es conocido desde la Antigüedad, el
primer nombre que tuvo fue otorgado por los sumerios, Lugalmeslam,
que correspondía a una desagradable deidad relacionada con la
muerte, las enfermedades y la guerra. En fecha muy temprana fue
asimilado al dios Nergal, amante de la temible Ereshkigal, reina de
la Tierra del no-retorno; y este Nergal representaba los atributos
más destructivos del sol: la furia, el fuego y la muerte. También
se la emparejó con Ishtar, la diosa del amor y la fertilidad, lo
cual podemos apreciar en el binomio greco-latino Ares-Afrodita o
Marte-Venus. Porque si parte de nuestra cosmogonía actual es
heredera de la mesopotámica, el caso del planeta Marte no iba a ser
una excepción.
Más al este, en la India, el planeta marte recibe el nombre de Angaraka en los Puranas (en el Skanda Purana concretamente) y es representado por la deidad Mangala, nacida del sudor del dios Shiva. Es el dios de la guerra y las ciencias ocultas, rige el día de la semana martes y los signos de Aries y Escorpio.
Al norte, en China, el planeta Marte según la Teoría de los Cinco Elementos o Wu Xing, es llamado estrella de fuego 火星, y su presencia se consideraba un signo de ruina, guerra, dolor y crimen.
Y
siendo este pequeño planeta rojo representación de deidades tan
poco gratos para la naturaleza humana (aunque los romanos se
deleitaban en su faceta más belicista), es casi comprensible que los
sentimientos de la humanidad hacia él hayan sido, en su mayor parte,
de clara hostilidad, fuente de miedos o amenazas. Aunque también de
insaciable anhelo y curiosidad.
Mangala
Se
puede considerar que hay casi, casi, un antes y un después en este
campo sobre Marte. En 1877, el astrónomo italiano Giovanni
Schiaparelli, observó además de “mares” y “continentes”
(como así los nombró y son conocidos en la actualidad) una serie de
estructuras lineales que atravesaban ciertas zonas que llamó
“desiertos”, por su tonalidad más clara. Schiaparelli llamó a
esa densa red de líneas “canales” (canali), que se vertió al inglés mediante un término erróneo (channels) , dando a entender que
esos “canales” eran artificiales, cuando esa no había sido la
intención del astrónomo italiano, sino la de “cauces”,
“ramblas” o “depresiones”. No era la primera vez que esas extrañas "marcas" en el planeta habían sido observadas, pero sí cuando fueron cartografiadas.
A partir de allí, la idea de vida
y una civilización en el planeta rojo se extendió como la pólvora.
El adinerado norteamericano Percival Lowell, convencido de que era
así, propagó estas ideas a través de tres libros que han sido la
inspiración clara de posteriores obras sobre Marte y los marcianos.
Pero
anteriormente a este punto de inflexión, ya se escribía sobre
Marte, no con tanta fruición, pero tenemos el interesantísimo caso
de serendipia entre literatura y ciencia que Jonathan Swift en su obra Los Viajes de Gulliver (1726) nos obsequió:
"Asimismo
han descubierto dos estrellas menores o satélites que giran
alrededor de Marte, de las cuales la interior dista del centro del
planeta primario exactamente tres diámetros de éste, y la exterior,
cinco; la primera hace una revolución en el espacio de diez horas, y
la última, en veintiuna y media; así que los cuadros de sus tiempos
periódicos están casi en igual proporcion a los cubos de su
distancia del centro de Marte, lo que evidentemente indica que están
sometidas a la misma ley de gravitación que gobierna los demás
cuerpos celestes."
Liliputienses diciendo muy educadamente "¡hola!" a Gulliver
Los
satélites de Marte, Deimos y Phobos (terror y miedo) no fueron
descubiertos hasta 1877, así que gracias a su imaginación, Jonathan
Swift se adelantó más de un siglo a su hallazgo científico, y
aunque los datos matemáticos con los que los adorna no son muy exactos, no debemos restarle el mérito. No
obstante, no fue el único en hablar de dos satélites marcianos
antes de su revelación: Johannes Kepler un siglo antes que Swift así
lo propuso también, como más adelante haría Voltaire en su cuento
filosófico de ciencia ficción Micromegas (1750).
Tras el cataclismo de los canales de Schiaparelli, Marte se colocó en el punto de mira de muchos escritores, articulistas y fabuladores. El público sentía gran interés y seguía con emoción los descubrimientos que acaecían, con lo que el campo estaba abonado. La cantidad de obras que Marte inspiró, ha inspirado y continuará inspirando, es grandiosa, y referirnos a todas sería imposible, así que desde la Tabla Esmeralda vamos a recomendaros la lectura de unas cuantas que, aunque no sean tan famosas como las imprescindibles La Guerra de los Mundos de Wells o las Crónicas Marcianas de Bradbury, sí merecen nuestra atención por su peculiaridad y calidad.
Desde Argentina, Eduardo Ladislao Holmberg escribió en un ya lejano 1875 El maravilloso viaje del señor Nic-Nac al planeta Marte. Holmberg fue un ávido naturalista y viajero en su patria, que le llevó a catalogar su enorme diversidad biológica a través de diversas expediciones científicas, y que plasmó en varias y rotundas obras. Pero no solo escribió sobre botánica o zoología, Holmberg se puede considerar uno de los escritores pioneros de ciencia-ficción en lengua castellana. Sin embargo, El maravilloso viaje del señor Nic-Nac al planeta Marte, esconde en realidad una dura crítica social de sus contemporáneos, como hacía su admirado Dickens (del cual era traductor). No hay naves ni batallas espaciales ni un héroe evidente. Se trata de una expedición, las crónicas de un viaje al estilo de la Divina Comedia de Dante, destacando su medio de transporte hasta el planeta: el viaje astral. Holmberg fue formado como científico y trabajó como tal, lo que no le supuso ningún problema a la hora de relacionarse con los fenómenos del espíritu, que los abordaba como el científico que era: estudiándolos y experimentando con ellos. Otra época, otra mentalidad.
Cruzamos el charco y llegamos a la ciudad de las luces, a París. Allí, el inmensurable maestro del relato corto y cuento de terror, Guy de Maupassant, en el año 1888, escribió El Hombre de Marte, donde nos relata un avistamiento OVNI en toda regla en boca de su propio testigo ocular. Un relato escueto, incómodo y caústico como todos los que este escritor angustioso creaba. Una diminuta gema.
¡castigao!
Aleksei
Tolstói, sobrino del gran Lev Tolstói, nació en 1883 en Rusia, fue
conocido como el Camarada Conde, fue un genial escritor soviético de
ciencia-ficción al que debemos la extraordinaria novela Aelita, de
1922. Sus protagonistas, viajan en un potente cohete a Marte donde
descubren que existe una avanzada civilización, con una estructura
social muy jerarquizada y gobernada por la nobleza. Tolstói lo que
hace es exportar la revolución rusa, no a otros países, sino al
espacio exterior. Existe también cierto regusto a Blavastky cuando
se explica que el origen de todos los marcianos no es otro mas que la
Atlántida, también contiene mensaje ecologista... aunque en el fondo se
trata de una tradicional historia de amor entre dos seres de mundos
opuestos. Dos años después, en 1924, se hizo su adaptación
cinematográfica, una película excepcional y que, aunque se
desconozca, fue unos cuantos años anterior al clásico de Fritz Lang
Metrópolis...
no viceversa. El decorado y atrezzo del film es además
sobresaliente, donde cristalizan vanguardias europeas del momento
como el expresionismo, el cubismo, el futurismo o el constructivismo,
un auténtico espectáculo para la vista.
Aelita, Reina de Marte (1924) de Yakov Protazanov
En 1981, la revista literaria El Pionero de los Urales y la Unión de Escritores de la Federación Rusa, crearon el premio Aelita, dedicado al género de Ciencia Ficción, en honor a la visionaria obra de Tolstói.
No podíamos hablar de Marte sin nombrar a uno de los grandes maestros del cómic: Héctor Germán Oesterheld, que evocó el planeta rojo en diversas ocasiones.
Por primera vez, en el que se considera un preludio a su genial el Eternauta: Rolo, el marciano adoptivo (1957). En esta historieta se nos cuentan las aventuras y desventuras en un Buenos Aires invadido por los marcianos, de un maestro de primaria que acaba ascendido a héroe nacional de manera involuntaria.
Más
adelante, en 1962, publicaría Marcianeros,
en la que nos desmenuzó la colonización secreta del planeta Marte
llevada a cabo por una serie de científicos que han falseado su
muerte y cuya base de operaciones se encuentra en la Antártida. Una
historia extraña y clásica a la vez del género de ciencia-ficción.
Pero Oesterheld no solo guionizó comics, también escribió novelas
y una tanda de micro-relatos, a los que llamó Sondas (1969), donde encontramos uno dedicado al protagonista de
hoy titulado Ciencia:
“En
algún lugar de los vastos arenales de Marte hay un cristal muy
pequeño y muy extraño. Si alzas el cristal y miras a través de él,
verás el hueso detrás de tu ojo, y más adentro luces que se
encienden y se apagan, luces enfermas que no consiguen arder, son tus
pensamientos. Si oprimes entonces el cristal en el sentido del eje
medio, tus pensamientos adquirirán claridad y justeza deslumbrante,
descubrirás de un golpe la clave del Universo todo, sabrás por fin
contestar hasta el último por qué. En algún lugar de Marte se
halla ese cristal. Para encontrarlo hay que examinar grano por grano
los inacabables arenales. Sabemos también, que, cuando lo
encontremos y tratemos de recogerlo, el cristal se disgregará, sólo
nos quedará un poco de polvo entre los dedos. Sabemos todo eso, pero
lo buscamos igual”.
Oesterheld, como tantos miles de argentinos, desapareció junto a sus hijas y nietos en el llamado Proceso de Reorganización Nacional que la dictadura militar estaba llevando a cabo. Presumiblemente fue asesinado en 1978, aunque nunca fueron hallados sus restos.
Oesterheld, como tantos miles de argentinos, desapareció junto a sus hijas y nietos en el llamado Proceso de Reorganización Nacional que la dictadura militar estaba llevando a cabo. Presumiblemente fue asesinado en 1978, aunque nunca fueron hallados sus restos.
Grande Oesterheld
Tenéis razón, no hemos nombrado
clásicos imprescindibles como las aventuras de John Carter en los
Cuentos Marcianos de Edgar Rice Burroughs (de la que pronto habrá adaptación cinematográfica) o su kitsch Una
princesa de Marte (1911), de donde procede probablemente la
expresión “hombrecitos verdes” para designar a alienígenas.
El pulp es evidente que suministró raciones contundentes de marcianidad a mansalva. Y del pulp a los guiones de auténtico disparate de la siempre formidable serie B del cine: El planeta rojo Marte, Los invasores de Marte, La furia del planeta Rojo, El día que Marte invadió la tierra... etcétera. Todas ellas rutilantes y que hacen palidecer a engendros más modernos como esa mediocre Misión a Marte (2000) de Brian de Palma. Eso sí, El hombre langosta de marte (1989) con un fantástico Tony Curtis en su salsa, Desafío Total (1990) basado en un relato corto de Philip K. Dick y Mars Attacks (1996) de Tim Burton, son el ejemplo vivo de que la serie B siempre es más divertida y reconfortante para representar al planeta rojo. Aunque diste millones de megaparsecs de ser fiel a la realidad-
El pulp es evidente que suministró raciones contundentes de marcianidad a mansalva. Y del pulp a los guiones de auténtico disparate de la siempre formidable serie B del cine: El planeta rojo Marte, Los invasores de Marte, La furia del planeta Rojo, El día que Marte invadió la tierra... etcétera. Todas ellas rutilantes y que hacen palidecer a engendros más modernos como esa mediocre Misión a Marte (2000) de Brian de Palma. Eso sí, El hombre langosta de marte (1989) con un fantástico Tony Curtis en su salsa, Desafío Total (1990) basado en un relato corto de Philip K. Dick y Mars Attacks (1996) de Tim Burton, son el ejemplo vivo de que la serie B siempre es más divertida y reconfortante para representar al planeta rojo. Aunque diste millones de megaparsecs de ser fiel a la realidad-
Es imperativo también el referirnos a
la laureada Forastero en tierra extraña (1961) de Robert
Heinlein así como la trilogía escrita por Kim Stanley Robinson
Marte Rojo, Marte Verde y Marte Azul de la década de los
noventa. Bestias pardas de la ciencia ficción como el irremplazable
Stanislav Lem, también han dedicado letras al planeta belicoso:
Ananke y su marte polvoriento son ya lectura obligada así
como la descarnada y a veces hilarante Tiempo de Marte de
Philip K. Dick. No vamos a proseguir con la lista. Que cada uno
escoja su propio pasaje a Marte, aquí solo os hemos recomendado unas
cuantas ofertas que no deberíais dejar escapar, pero hay muchas más
y hasta mejores.
Servidora, tras haber cumplido su
misión, se va a dar un atracón oreos.
El único vicio del Detective Marciano se halla... entre sus dedos
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