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19 de noviembre de 2010

Hanns Heinz Ewers: el corderito carnívoro





Ewers siempre fue un poco... insólito. Desde pequeño. Le venía de casta, su padre, pintor con cierta reputación en su época, alimentó esas tendencias hacia lo perverso y transgresor. En su adolescencia firmaba sus epístolas como seine geliebte lämmchen fleischfreßenden (su querido corderito carnívoro). Qué ternura de criatura.




Pero creo que deberíamos comenzar desde el principio... o al menos eso sería lo más lógico, pero sabiendo de quién vamos a hablar, tampoco tendría más importancia.  
Hanns Heinz Ewers.
Escritor, actor, aventurero, guionista de cine y espía.
Entre otras cosas.
Amante de lo extraordinario, lo grotesco y de curiosidad insaciable.
Un tipo siniestro.
Durante largos años su obra fue deliberadamente omitida y estigmatizada a causa de la intrincada vinculación de Ewers con el nazismo. Se le siguió leyendo en círculos restringidos de manera marginal y en base a paralelismos vitales que compartía con el gran Arthur Machen, pero aún hoy en día conseguir sus obras no es nada fácil.

Düsseldorf fue la ciudad que lo vió nacer en 1871 y con veinte años, tras licenciarse en derecho y con su primer librito de poemas satíricos bajo el brazo, Ein Fabelbuch, se lanzó a la aventura recorriendo el norte de Alemania y este de Europa con un grupo de vaudeville junto al que era dueño del célebre cabaret literario berlinés Überbrettl, el visionario austriaco Ernst Freiherr von Wolzogen. 
Estas travesuras dadá despertaron las iras de la censura, lo que le animó a abandonar Alemania y vagabundear por otros países durante años hasta que la Primera Guerra Mundial lo sorprendió en Sudamérica.


Ewers fue un auténtico trotamundos y poseía un olfato inigualable para asuntos sórdidos y de índole esperpéntica. Su espíritu de vocación irracional, sugestionable y emocional, herencia del Romanticismo, le causaron muchos, muchos problemas...

Se estableció en Nueva York, allí continuó escribiendo y labrándose una fama un tanto extraña.
Entre sus compatriotas ya era bastante célebre, sobre todo tras la publicación de su novela pulp más gloriosa: Alraune: die Geschichte eines lebenden Wesens, integrante de una trilogía (Der Zauberlehrling, Alraune y Vampyr) donde su alter ego, Frank Braun, se enfrenta a una serie de desafíos antinaturales y aberrantes que lo conducen a una dimensión irreconocible, lo guían al abismo.
Entre los estadounidenses, Herr Doktor Heinze Ewers, aparecía en debates públicos tratando de defender la postura de Alemania en la Gran Guerra, recaudando fondos para la Cruz Roja alemana y procurando incentivar la posición neutral de Norteamérica, esfuerzo completamente inútil ya que el sentimiento de clara hostilidad hacia todo lo germano era imparable. El propio Ewers fue blanco de suspicacias y no del todo infundadas, sobre todo al estallar el Escándalo Stegler.

En plena paranoia anti-germana, salta a los periódicos la historia del arresto por parte de los servicios secretos norteamericanos de un presunto espía alemánRichard Stegler, que tenía en su poder varios pasaportes falsos y cartas de recomendación inglesas, supuestamente para permitir regresar a su país a alemanes residentes en Estados Unidos, que conforme se iban desarrollando los acontecimientos bélicos, eran apresados y llevados a campos de prisioneros por la Marina Británica. Se mezcló también la figura del capitán Boy-Ed, al servicio de Alemania, volviéndose la trama totalmente rocambolesca con la aparición estelar de Ewers.
Según las explicaciones del poeta en los interrogatoriosStegler se acercó a él para requerir su ayuda en la adquisición de nuevos pasaportes falsos, deseo que él, siendo simplemente un escritor, no podía satisfacer. No obstante, las conversaciones que mantuvo con él le sirvieron para dilucidar que Stegler en realidad era un espía británico, no alemán, tratando de hostigar la animadversión imperante hacia todo lo germánico.

El embajador alemán Von Bernstorff trató de quitar hierro al asunto, pero aún así, Ewers fue retenido e internado en el campo de prisioneros de Fort Oglethorpe, en Georgia, como ciudadano alemán que era.
A pesar de que los servicios de inteligencia británicos y franceses lo declararon sin lugar a dudas agente del Reich, al finalizar la guerra Ewers fue liberado sin ninguna repercusión y regresó a su patria.
Sin embargo los viajes que realizó a España con pasaporte falso suizo bajo pseudónimo durante 1915 y 1916 y sus escarceos también con las tropas de Pancho Villa en México, quizás para animarlas a obstaculizar algunas maniobras militares estadounidenses mediante un ataque, evidenciaron la naturaleza real de su papel en todo el asunto.



Y qué decir de BerlínBerlín en el periodo de entreguerras, el Berlín decadente y maltratado, burdel de Europa.
Terreno espantosamente fértil para lo que sobrevino.
A ese Berlín regresó Ewers con su dandismo tétrico e insolencia, afianzando su carrera de intelectual y escritor con una larga lista de obras de muy distinto pelaje, pero de inequívoco regusto truculento y monstruoso. Desde biografías de autores como Baudelaire o Poe, libretos para óperas, artículos de divulgación científica, cuentos infantiles hasta escuetos relatos de corte pornográfico y escatológico donde la antropofagia o el bestialismo lucían en todo su esplendor.
Pero fue Alraune, su bella y lúbrica Alraune, la Alraune censurada en ParísLondres y San Petersburgo, la que le brindó la satisfacción de ver plasmada en celuloide una de sus obras por su propia mano.
La opulenta Universum Film AG le ofreció escribir el guión de la adaptación de su novela y Ewers no lo dudó ni un instante. Así, en 1928, con una Alemania resurgiendo de sus cenizas y disfrutando de la bonanza, Brigitte Helm interpretó a la anomalía maldita fruto del semen de un criminal ahorcado y una prostitutala mandrágora. 
Henrik Galeen fue el director, que no en vano también trabajaba de secretario para Ewers.
Hay que resaltar que no fue la primera vez que Ewers había prestado sus servicios a la industria del cine, ya en 1913, había escrito el guión de El Estudiante de Praga, obra de referencia capital para la historia del cine fantástico.




Fue durante esos últimos años de la Weimarer Republik cuando Ewers se sintió atraído por el Partido Nacionalsocialista.
Hanns Heinz Ewers creía con honestidad en su país como ya supo demostrar, era un orgulloso alemán y Hitler, en sus inicios, representaba para él todo por lo que había luchado su nación. 
A pesar de que la vehemencia feroz y violencia de Adolf Hitler hicieron que muchos intelectuales y artistas alemanes decidieran abandonar su tierra, en Ewers provocaron una fascinación casi mesmérica que, unida a la manifiesta naturaleza esotérica y mágica del nazismo, ejercieron de gigantesco imán para la febril imaginación del poeta.

Ewers se hizo habitual de las reuniones de la sociedad Thule-Gesellschaft, a la que pertenecían Rudolf HessHeinrich Himmler o Alfred Rosenberg y fue en esos encuentros o quizás en los del popular Palacio del Ocultismo situado en el número 16 de la  Lietzenburger Straße, donde conoció al que por entonces dirigía la Orden Hermética del Alba Dorada:Therion, también Aleister Crowley. Con él mantuvo una profunda amistad epistolar; no es difícil intuir que compartían inquietudes similares.

En 1932 Ewers se ofreció a escribir, en un exaltado arrebato de patriotismo, un panegírico en honor de
Horst Ludwig Wessel, autor del himno nazi Die Fahne hoch y asesinado de forma turbia.
Con la maquinaria propagandística de Goebbels se convirtió en un mártir de la causa.
Pero a partir de ahí Ewers comenzó a recular, no se sabe muy bien la razón, pero empezó a apartarse de los círculos de la élite nazi.
Quizás empezara a chocar el espíritu inflexible marcial nacionalsocialista con su carácter anárquico y escasamente proclive a seguir las normas establecidas.
También pudo influir el hecho de que no compartiera en absoluto las querencias anti-semitas del Partido o sus propias tendencias homosexuales... la cuestión es que cayó en desgracia y a pesar de que seguía siendo famoso, sus publicaciones fueron vetadas en los periódicos berlinenes, parte de sus propiedades requisadas por el Reich y finalmente se le prohibió escribir. 
Hubiera tenido todas las papeletas para ser considerado honorable miembro del grupo Entartete Kunst o Arte Degenerado, a pesar de ser ario, lo que le habría supuesto cierta dignidad en los años posteriormente inmediatos a la caída de Hitler.
Pero no fue así.
Murió olvidado en 1943 de tuberculosis, en Berlín, ciudad que testarudamente no quiso abandonar a pesar de que la miseria lo estaba carcomiendo.




         + info: Valdemar

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Ewers siempre fue un poco... insólito. Desde pequeño. Le venía de casta, su padre, pintor con cierta reputación en su época, alimentó esas tendencias hacia lo perverso y transgresor. En su adolescencia firmaba sus epístolas como seine geliebte lämmchen fleischfreßenden (su querido corderito carnívoro). Qué ternura de criatura.




Pero creo que deberíamos comenzar desde el principio... o al menos eso sería lo más lógico, pero sabiendo de quién vamos a hablar, tampoco tendría más importancia.  
Hanns Heinz Ewers.
Escritor, actor, aventurero, guionista de cine y espía.
Entre otras cosas.
Amante de lo extraordinario, lo grotesco y de curiosidad insaciable.
Un tipo siniestro.
Durante largos años su obra fue deliberadamente omitida y estigmatizada a causa de la intrincada vinculación de Ewers con el nazismo. Se le siguió leyendo en círculos restringidos de manera marginal y en base a paralelismos vitales que compartía con el gran Arthur Machen, pero aún hoy en día conseguir sus obras no es nada fácil.

Düsseldorf fue la ciudad que lo vió nacer en 1871 y con veinte años, tras licenciarse en derecho y con su primer librito de poemas satíricos bajo el brazo, Ein Fabelbuch, se lanzó a la aventura recorriendo el norte de Alemania y este de Europa con un grupo de vaudeville junto al que era dueño del célebre cabaret literario berlinés Überbrettl, el visionario austriaco Ernst Freiherr von Wolzogen. 
Estas travesuras dadá despertaron las iras de la censura, lo que le animó a abandonar Alemania y vagabundear por otros países durante años hasta que la Primera Guerra Mundial lo sorprendió en Sudamérica.


Ewers fue un auténtico trotamundos y poseía un olfato inigualable para asuntos sórdidos y de índole esperpéntica. Su espíritu de vocación irracional, sugestionable y emocional, herencia del Romanticismo, le causaron muchos, muchos problemas...

Se estableció en Nueva York, allí continuó escribiendo y labrándose una fama un tanto extraña.
Entre sus compatriotas ya era bastante célebre, sobre todo tras la publicación de su novela pulp más gloriosa: Alraune: die Geschichte eines lebenden Wesens, integrante de una trilogía (Der Zauberlehrling, Alraune y Vampyr) donde su alter ego, Frank Braun, se enfrenta a una serie de desafíos antinaturales y aberrantes que lo conducen a una dimensión irreconocible, lo guían al abismo.
Entre los estadounidenses, Herr Doktor Heinze Ewers, aparecía en debates públicos tratando de defender la postura de Alemania en la Gran Guerra, recaudando fondos para la Cruz Roja alemana y procurando incentivar la posición neutral de Norteamérica, esfuerzo completamente inútil ya que el sentimiento de clara hostilidad hacia todo lo germano era imparable. El propio Ewers fue blanco de suspicacias y no del todo infundadas, sobre todo al estallar el Escándalo Stegler.

En plena paranoia anti-germana, salta a los periódicos la historia del arresto por parte de los servicios secretos norteamericanos de un presunto espía alemánRichard Stegler, que tenía en su poder varios pasaportes falsos y cartas de recomendación inglesas, supuestamente para permitir regresar a su país a alemanes residentes en Estados Unidos, que conforme se iban desarrollando los acontecimientos bélicos, eran apresados y llevados a campos de prisioneros por la Marina Británica. Se mezcló también la figura del capitán Boy-Ed, al servicio de Alemania, volviéndose la trama totalmente rocambolesca con la aparición estelar de Ewers.
Según las explicaciones del poeta en los interrogatoriosStegler se acercó a él para requerir su ayuda en la adquisición de nuevos pasaportes falsos, deseo que él, siendo simplemente un escritor, no podía satisfacer. No obstante, las conversaciones que mantuvo con él le sirvieron para dilucidar que Stegler en realidad era un espía británico, no alemán, tratando de hostigar la animadversión imperante hacia todo lo germánico.

El embajador alemán Von Bernstorff trató de quitar hierro al asunto, pero aún así, Ewers fue retenido e internado en el campo de prisioneros de Fort Oglethorpe, en Georgia, como ciudadano alemán que era.
A pesar de que los servicios de inteligencia británicos y franceses lo declararon sin lugar a dudas agente del Reich, al finalizar la guerra Ewers fue liberado sin ninguna repercusión y regresó a su patria.
Sin embargo los viajes que realizó a España con pasaporte falso suizo bajo pseudónimo durante 1915 y 1916 y sus escarceos también con las tropas de Pancho Villa en México, quizás para animarlas a obstaculizar algunas maniobras militares estadounidenses mediante un ataque, evidenciaron la naturaleza real de su papel en todo el asunto.



Y qué decir de BerlínBerlín en el periodo de entreguerras, el Berlín decadente y maltratado, burdel de Europa.
Terreno espantosamente fértil para lo que sobrevino.
A ese Berlín regresó Ewers con su dandismo tétrico e insolencia, afianzando su carrera de intelectual y escritor con una larga lista de obras de muy distinto pelaje, pero de inequívoco regusto truculento y monstruoso. Desde biografías de autores como Baudelaire o Poe, libretos para óperas, artículos de divulgación científica, cuentos infantiles hasta escuetos relatos de corte pornográfico y escatológico donde la antropofagia o el bestialismo lucían en todo su esplendor.
Pero fue Alraune, su bella y lúbrica Alraune, la Alraune censurada en ParísLondres y San Petersburgo, la que le brindó la satisfacción de ver plasmada en celuloide una de sus obras por su propia mano.
La opulenta Universum Film AG le ofreció escribir el guión de la adaptación de su novela y Ewers no lo dudó ni un instante. Así, en 1928, con una Alemania resurgiendo de sus cenizas y disfrutando de la bonanza, Brigitte Helm interpretó a la anomalía maldita fruto del semen de un criminal ahorcado y una prostitutala mandrágora. 
Henrik Galeen fue el director, que no en vano también trabajaba de secretario para Ewers.
Hay que resaltar que no fue la primera vez que Ewers había prestado sus servicios a la industria del cine, ya en 1913, había escrito el guión de El Estudiante de Praga, obra de referencia capital para la historia del cine fantástico.




Fue durante esos últimos años de la Weimarer Republik cuando Ewers se sintió atraído por el Partido Nacionalsocialista.
Hanns Heinz Ewers creía con honestidad en su país como ya supo demostrar, era un orgulloso alemán y Hitler, en sus inicios, representaba para él todo por lo que había luchado su nación. 
A pesar de que la vehemencia feroz y violencia de Adolf Hitler hicieron que muchos intelectuales y artistas alemanes decidieran abandonar su tierra, en Ewers provocaron una fascinación casi mesmérica que, unida a la manifiesta naturaleza esotérica y mágica del nazismo, ejercieron de gigantesco imán para la febril imaginación del poeta.

Ewers se hizo habitual de las reuniones de la sociedad Thule-Gesellschaft, a la que pertenecían Rudolf HessHeinrich Himmler o Alfred Rosenberg y fue en esos encuentros o quizás en los del popular Palacio del Ocultismo situado en el número 16 de la  Lietzenburger Straße, donde conoció al que por entonces dirigía la Orden Hermética del Alba Dorada:Therion, también Aleister Crowley. Con él mantuvo una profunda amistad epistolar; no es difícil intuir que compartían inquietudes similares.

En 1932 Ewers se ofreció a escribir, en un exaltado arrebato de patriotismo, un panegírico en honor de
Horst Ludwig Wessel, autor del himno nazi Die Fahne hoch y asesinado de forma turbia.
Con la maquinaria propagandística de Goebbels se convirtió en un mártir de la causa.
Pero a partir de ahí Ewers comenzó a recular, no se sabe muy bien la razón, pero empezó a apartarse de los círculos de la élite nazi.
Quizás empezara a chocar el espíritu inflexible marcial nacionalsocialista con su carácter anárquico y escasamente proclive a seguir las normas establecidas.
También pudo influir el hecho de que no compartiera en absoluto las querencias anti-semitas del Partido o sus propias tendencias homosexuales... la cuestión es que cayó en desgracia y a pesar de que seguía siendo famoso, sus publicaciones fueron vetadas en los periódicos berlinenes, parte de sus propiedades requisadas por el Reich y finalmente se le prohibió escribir. 
Hubiera tenido todas las papeletas para ser considerado honorable miembro del grupo Entartete Kunst o Arte Degenerado, a pesar de ser ario, lo que le habría supuesto cierta dignidad en los años posteriormente inmediatos a la caída de Hitler.
Pero no fue así.
Murió olvidado en 1943 de tuberculosis, en Berlín, ciudad que testarudamente no quiso abandonar a pesar de que la miseria lo estaba carcomiendo.




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